El reloj cambiante de la realidad
Somos muchos y no somos nadie. En
el momento en el que experimentas esta sutil sensación el tiempo se detiene. Y
ya no hay nada que hacer. El mundo evoluciona, cambia. Millones de hilos
interconectados que mutan al compás de su propia red. Engranajes que rotan
distorsionados, expectantes de un nuevo colapso que lo cambie todo. Y ahí
estaba yo. Sabiendo que lo que fue, las amistades que tuve, el tiempo que pasé
en compañía de unos pocos que lo eran todo, había evolucionado. Esos momentos
del pasado, en los que uno se sentía parte absoluta del todo, habían sido
momentos fugaces que habían quedado impregnados como una huella en el tiempo
del mundo. Y nadie, absolutamente nadie, recordaría como algo trascendental
aquello que fue importante una vez. Conocemos personas, que impactan de una
forma irreversible en nuestra construcción de las cosas y de repente, todo lo
que existe alrededor cambia, y nos extrae de esa realidad exquisita. Somos
empujados por corrientes invisibles de aquello que era perfecto, absoluto, y
entramos en el limbo de lo que podía haber permanecido para siempre,
quedándonos fuera de todo, con una sensación de absoluta vacuidad,
despegándonos de la trayectoria de las cosas. Todo empieza, evoluciona y
termina. Pero… ¿qué es lo que queda de nosotros en esos momentos de cambio
trascendental? El recuerdo de cómo fueron las cosas y de cómo han terminado
siendo. El recuerdo de las experiencias, que quedan impregnadas en la huella de
nuestro propio reloj vital. Somos… de principio a fin: el reloj cambiante de la
realidad.
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